miércoles, 25 de noviembre de 2015

La mejor oportunidad del mundo.

Que mientras te estaba diciendo que no, en realidad, moría por decirte que sí. Que esas pocas ganas mías de enamorarme, han perdido. Que mi credibilidad se fue con tus labios. Que sobreprotegí mis ganas de querer, les puse bozal para que no hablaran, para que de ninguna forma se manifestaran y terminaran delatándome a mí, que si quería.
Y resulta que, cuando estaba más convencida que nunca, que no te queria conmigo, me fastidiaste.
Me fastidiaste haciéndome sentir bien. Me fastidiaste tratándome con dulzura, con cariño y, por qué no, dejandome que sienta esa dosis de locura en tus abrazos. Me fastidiaste comprendiéndome, dándome aquel margen de maniobra que nadie más me había dado.

Haciendo muestra de una paciencia infinita, adaptándote a mi ritmo. Un ritmo que ni siquiera yo sabía cómo seguir.
Y que por miedo a tropezar, paré.
Detuve mis pasos para no caminar contigo. Para no hacerte un daño que, en realidad, tenía miedo de hacerme a mí. Paré, precisamente, porque quería correr.
Pero llego el momento y me di cuenta que todavía no había aprendido ni a caminar.
Así que lo hice sola. Aprendí a dar un paso después del otro, a conocerme a mí, sola, con vos.
Y yo que no quería querer. Pero desde que te quiero, perdí.
Perdí por que ganaste.
Porque ganaste lo mejor que quiero sentir por alguien. Porque quiero apostar aun sabiendo que puedo perder, porque no quiero seguir perdiéndote cada día, cada vez que no me tiro a la pileta cuando me muero de ganas de decirte “te quiero”, cada vez que me quedo sin tus caricias cuando no nos damos la mano.
Quiero poder quererte sin miedo. Amarte sin miedo. Porque me enseñaste a no tenerlo. Porque me enseñaste a querer otra vez. Cosa que, creía, no volvería a pasar.
No así, no tan fuerte, no tan pronto.
Pero sí a vos.
Porque sé, que tuve suerte. Suerte de encontrarte, de compartir los mejores momentos con vos. Suerte de que hayas sido paciente, de que hayas sabido cómo, cuándo, dónde y por qué. Como si me conocieras de toda la vida. Como si interactuar conmigo siempre te haya salido bien.
Y me siento yo, porque vos haces que me sienta así.
Y por eso quiero un “yo” al lado tuyo. Quiero un “poco a poco” pero sin miedos, sin excusas, sin extras, sin “vacíos legales”. Quiero un “nosotros”, sin filtros. Que me abraces cuando quieras, que me beses cuando tengas ganas.
Que me esté enamorando de vos permanentemente. En cada segundo que te miro. Eso si es hermoso.
Siempre se necesita un prólogo interesante para una historia que pueda valer la pena.
 Así que gracias por haber querido seguir después, a pesar de mi negación constante. Gracias por haber querido seguir leyendo lo que yo escribía.
Y que ahora, aparte de lector, seas mi cómplice. Mi protagonista y mi sentimiento. Mi luz y mi fuerza. Mi amor.